Este es el capítulo 2 de la historia. Es más corto que el anterior, pero no podía hacerlo más largo para poder dejaros con la intriga. Espero que os guste :)
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Por la
mañana me levanto aún más cansada de cómo me acosté anoche,
porque hoy llegamos al Capitolio. Me visto con un vestido blanco que
vi ayer y me gustó y me dejo el pelo suelto. Una vez más me quedo
descalza.
Camino
hacia el vagón comedor y por el camino me encuentro a Damen. A
diferencia de mi, él si tiene aspecto de haber descansado. Qué
suerte, porque mi noche no podría haber sido peor. Lo saludo y
continuamos nuestro camino juntos.
En el
comedor ya están Deborah y Estefan. Me extraña que Ylléa no haya
llegado todavía, ya que es un poco maniática con la puntualidad. Mi
hermano parece estar pensando lo mismo que yo.
-¿Dónde
está Ylléa? - pregunta – Pensé que estaría aquí.
-Se está
preparando para nuestra llegada al Capitolio, ya que en cuanto el
tren pare nos tenemos que bajar – responde Deborah con una sonrisa.
Al oír
eso casi me atraganto con la galleta que me estaba comiendo.
-Enseguida
vuelvo – digo -. Tengo que ir a mi habitación a coger unos zapatos
y mi símbolo.
Todos
asienten con la cabeza y yo salgo corriendo con el vestido blanco
revoloteando a mi alrededor.
Entro en
la habitación y gruño de rabia al no tener ni idea de dónde están
los zapatos en esta habitación. Al haber andado descalza por el
tren, no me he preocupado de mirar dónde estaban.
Abro y
cierro cajones como una loca, aún sin encontrar nada. Miro debajo de
la cama, nada. En ese momento entra el avox que nos sirvió ayer la
cena. Al verme se dispone a darse la vuelta para irse de la
habitación, pero yo lo freno.
-Perdona,
¿me puedes decir dónde están los zapatos?
El chico
señala una de las paredes. Yo lo miro sin saber qué hacer, porque
ahí no hay nada, sólo una pared blanca. Creo que el avox interpreta
bien mi expresión, porque se dirige a la mesilla de noche y coge un
mando. Pulsa un botón y de la pared surge una estantería repleta de
zapatos, una vez más, todos de mi talla.
Asombrada,
reviso toda la estantería buscando algo que pueda soportar. Al
final, acabo cogiendo unas bailarinas blancas, a juego con el
vestido. Ya he cogido los zapatos, ahora a por mi símbolo. Un
símbolo es algo que los tributos pueden llevar a la arena, para que
les recuerde a su distrito. Mi símbolo es el colgante que me dio
Christy. Si un símbolo da alguna clase de ventaja a un tributo sobre
los otros no se le permite llevarlo. El año pasado a la chica del
distrito dos, que era muy buena con los cuchillos, le quitaron su
collar, porque se abría y dentro tenía una navaja. No la castigaron
por ello, pero no pudo llevar nada que le recordase a su distrito en
la arena.
Una vez
que ya lo tengo todo, me encamino otra vez al comedor, donde me
encuentro a Damen charlando con nuestros mentores con cara de
concentración.
-Harías
bien en probar las tácticas de supervivencia – dice Estefan.
-Sí,
pero tengo que encontrar un arma que se me de bien – replica Damen.
-Hola
Candy, siéntate. Estamos hablando de lo que debéis hacer en los
entrenamientos.
-Vale.
¿Y bien?
-Bueno,
yo digo que deberíamos probar las armas, y Estefan dice que las
tácticas de supervivencia.
-Pues yo
pienso probarlo todo – digo -. Cuanto más sepamos más
probabilidades tendremos.
En ese
momento entra Ylléa por la puerta.
-Mirad.
Ya hemos llegado al Capitolio.
Damen
sale disparado hacia la ventana, y yo me pongo los zapatos y después
lo sigo. Nos quedamos los dos embobados mirando a la multitud.
Cuernos, antenas, pelos de colores, pestañas kilométricas...
La gente
me llama por mi nombre y yo los saludo. No sé que otra cosa podría
hacer para conseguir patrocinadores, así que les sonrío y les sigo
saludando. Damen me mira con cara de estar pensando que estoy loca,
ya que a él no se le ocurriría saludar a esta gente tan extraña.
-Venga,
tienes que saludarles – le digo -. Si no lo haces nadie te
patrocinará.
-¿Cómo
puedes? ¿Cómo eres capaz de saludar a esta gente, que estará
animando a tu asesino?
-Pues lo
hago para conseguir que en vez de animar a mi asesino me animen a mí.
Creo que
lo he convencido, porque empieza a sonreír y a saludar al público
alegremente.
-¡Ya
hemos llegado! - trina Ylléa con su aguda voz – Venga, sed
educados, no gritéis y haced todo lo que os diga vuestro equipo de
preparación. Sin rechistar.
Tras
decir esto, nos empuja a través de la puerta, y nos mete en un
coche. Creo que a esta mujer los coches le aumentan las ganas de
hablar, porque se pone a parlotear sobre cómo gracias a nuestro
distrito el Capitolio tiene todas estas prendas
“superhipermagníficas” y no sé qué más.
El coche
se para, y nos conducen por un pasillo de un blanco impoluto. Al
perecer estamos en el centro de renovación, donde nos arreglarán
para el desfile.
Ylléa
deja a mi hermano en una habitación y yo sigo hasta la siguiente
puerta cerrada. Al entrar en la sala me encuentro con tres personas,
si es que a eso se les puede llamar personas, que me miran con los
ojos desorbitados como si intentasen captar la mayor parte de mi. No
sé muy bien cómo debería reaccionar, así que decido saludarles.
-Hola,
soy Candy, encantada. ¿Y vosotros sois...?
-Hola
querida. Yo soy Elisabetta, y también estoy encantadísima de
conocerte – dice una mujer que lleva el pelo verde y la piel teñida
de marrón. Creo que simula un árbol -. Y estos son Dyson y
Tinkerbell.
Dyson es
un chico de unos veinte años, de facciones angulosas y tatuajes por
todo el cuerpo. Tinkerbell tiene la piel pálida, unos grandes ojos
azules y el pelo rubio recogido en un moño sobre la cabeza. Lleva
puesto un vestido verde, de palabra de honor, muy corto, y unas
bailarinas con un pompón blanco en la punta. Al darse la vuelta para
guiarme hacia una camilla, veo que de la espalda le salen alas que
parecen de cristal.
Una vez
me hablaron de un cuento de antes de Panem. Había un hada a la que
llamaban Campanilla, supongo que ella se habrá hecho así en su
honor.
Me
dirigen a una camilla, donde me tumbo. Dyson me hace la manicura,
Tinkerbell me peina y Elisabetta me quita todo el vello innecesario.
Mientras tanto, parlotean sobre los tributos, y yo intento no oírles,
no quiero saber nada hasta mañana que empiezan los entrenamientos.
Tras
unos cuantos tirones parece que no queda pelo alguno en mi cuerpo,
así que Elisabetta ayuda a Tinkerbell, que parece que no consigue lo
que quiere.
Tras
unas cuantas horas de tirones de pelo y muchas más cosas que a mí
me parecieron torturas, los tres dieron el visto bueno y se marcharon
corriendo para llamar a mi estilista. Espero que no sea otro bicho
raro como estos tres, porque le pegaré un puñetazo en ese caso.
Mientras
que no hay nadie conmigo me dedico a observar la habitación. En una
esquina veo un albornoz blanco, y corro a ponérmelo. También hay
una fuente de agua. Sólo por probar el agua del Capitolio, voy dando
saltitos como una niña de tres años a la que le han dado un pastel
y cojo un vaso.
Doy un
sorbito, y me emociono al notar el sabor del agua. Tiene algo dulzón,
pero eso mejora el sabor. Sabe tan bien que corro a coger otro vaso.
Cuando
estoy volviendo hacia la camilla escucho un sonido a mis espaldas,
que identifico en seguida con la puerta.
Me giro,
y antes de poder contenerme doy un grito ahogado, y observo como el
vaso cae al suelo, haciéndose añicos, mientras me preparo para
encarar a la persona que ha entrado por la puerta.
Ahhhh!! leí el primer capítulo, pero sin duda alguna este es mejor. Enhorabuena , que bien sabes dejarme con la intriga. Cuelga pronto el capítulo tres. :-9
ResponderEliminarNicole Nicolette <3
Muchas gracias!!! Lo de dejarte con la intriga creo que he dejado a todo el mundo igual!! Jajaja Besos!! :)
ResponderEliminarFantástico!!! enhorabuena ,sabes dejarnos con la intriga!!
ResponderEliminarsigue así me gusta un huevo. ( disculpen me la expresio) jajaja que me encanta.
Nicole Nicolette <3
Nada, nada, mujer. Perdonada por la expresio. Y me alegro de que te guste :)
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